VACUNADOS VIP
Los que se adelantaron en la fila
(Por Rufino Pérez: rufino.prez@yahoo.com.ar)
VIP es el acrónimo en inglés de Very Imprtant Person (persona muy importante) y se lo utiliza en diversos ámbitos de la vida social, desde el espectáculo a la política, como sinónimo de exclusividad, de estatus superior, de distinción y lujos inaccesibles para los “no VIP”. Ser VIP es ser privilegiado. Es como tener autorización para jugar al truco eligiendo las cartas, mientras el resto depende de su suerte, es como tener permiso para copiarse en un examen, es tener algo que los demás no pueden.
Y si en una sociedad existen individuos o estratos privilegiados, que corren con ventaja, es porque también existen otros no privilegiados que corren con desventaja. Las distintas formas que adoptan las desigualdades han sido tratadas por diversos científicos sociales bajo el concepto de estatificación social. Para Talcott Parsons (1962) la estratificación social es “la ordenación (a manera de ranking) de los individuos humanos que componen un sistema social dado (…) es el ordenamiento de superioridad o inferioridad recíprocas que (éstos) guardan sobre ciertos respectos socialmente importantes.”
Los criterios que intervienen en la configuración de la estratificación social, en el por qué determinadas personas son consideradas más importantes que otras, así como en la identificación de los respectos socialmente relevantes, es decir en la determinación del qué es lo que unos pueden tener y otros no, varían según las particularidades culturales, políticas y económicas de cada sociedad, en diferentes momentos de su historia.
Ahora bien, ¿cómo se aplica esta teoría tan abstracta a la actualidad argentina? La respuesta al segundo interrogante es sencilla, ya que en un contexto de pandemia el respecto socialmente relevante, el bien más codiciado, no puede ser otro que la vacuna inmunizante contra la enfermedad que le quita el sueño al mundo entero.
La respuesta al primer interrogante, -¿por qué determinadas personas son más importantes que otras?-, es también sencilla de identificar pero imposible de compartir. Es harto evidente, lamentable e inaceptable, que en nuestro país los que manejan los hilos del poder político, sus familiares y allegados, son considerados más importantes que los ciudadanos de a pié.
“Nada nuevo bajo el sol”, podríamos decir, sabíamos que esto iba a pasar, nuestra dirigencia política vernácula ha sido, es y será así, etc., etc., pero lo cierto es que en la medida que naturalicemos las desigualdades, los manejos espurios entre gallos y media noche, las ventajas de los unos y las desventajas de los otros, nos encaminamos al precipicio como nación.
Los privilegios generan un espeso rechazo social, provocan repugnancia. En el caso de los vacunatorios VIP, basta con buscar en Google “Vacunados VIP en Argentina” y aparecen “Cerca de 929,000 resultados…”. Los ejemplos (o mejor dicho los malos ejemplos) infestan las redes sociales, los diarios y noticieros. Los hay en varios puntos del país, claro, algunos son más notorios que otros. Todos hablan / hablamos del tema.
¡Y pensar que todo estalló allá por el mes de febrero, cuando ladró el “perro” Verbitsky admitiendo que para conseguir la vacuna llamó a su amigo el Ministro de Salud! Sí, Horacio Verbitsky, ese periodista que allá por la década del 70 decía luchar por una sociedad más justa.
En nuestra historia, el rechazo a los privilegios estuvo presente desde la primera hora. Apenas empezaba a andar nuestro proyecto de país, allá por 1810, y ya se intentó poner un freno ejemplar a la cuestión. El 8 de diciembre de 1810 Mariano Moreno publicaba en La Gaceta de Buenos Aires el “Decreto de Supresión de Honores”, una resolución que –en lo esencial- establecía que los funcionarios de la Junta debían tener un trato igualitario entre ellos mismos y –lo que es más importante aún- en relación con los demás ciudadanos. “Ni el Presidente, ni algún otro individuo de la Junta en particular revestirán carácter público, ni tendrán comitivas, escoltas o aparato que los distinga de los demás ciudadanos”, dictaminaba uno de sus artículos.
La Constitución de la Nación Argentina, los tratados internacionales de rango constitucional y toda nuestra legislación condenan los privilegios de linaje o condición socioeconómica. Pero a contramano, nuestra máxima autoridad –el Presidente de la Nación- ha dicho que no está mal que accedan a la vacuna algunas personas antes que otras, y lo dijo en tono amenazante: “…terminen con las payasadas (…), les pido a los jueces y fiscales que hagan lo que tienen que hacer (…) no hay ningún tipo penal en la Argentina diga que será castigado el que vacune a otro que se adelantó en la fila (…) no existe es delito…”
Y eso gravísimo, por donde se lo mire, es gravísimo porque el Presidente de la Nación no debe inmiscuirse en asuntos judiciales, le está prohibido por ley, y también porque lo ha dicho en momentos en que la única agenda de su vicepresidente pareciera ser la obtención de impunidad. Es, además, imperdonable por el mal ejemplo a nuestras jóvenes generaciones. Es, por otro lado, un bochorno que lo haya dicho ante las cámaras de la prensa internacional y al mismo tiempo un agravio para los ciudadanos del país anfitrión (México).
Por último, cabría reflexionar para indignarnos sanamente: si en el manejo de las vacunas hicieron priorizaciones arbitrarias, repartijas preferenciales, ¿no cabe la posibilidad de que estén haciendo lo mismo con el conjunto de los recursos del pueblo?, ¿no estaría todo eso en la base de la explicación de la pobreza estructural, del aumento constante de la inseguridad y de tantos otros males que asfixian cada vez más a nuestra querida Argentina?
Es opinión de un ciudadano “de a pié”.
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