Imagen extraída de: http://www.diario21.tv/notix2/noticia/46856_cada-vez-maacutes-joacutevenes-formosentildeos-emigran-a-otras-provincias-en-busca-de-oportunidades.htm
(por Rufino Pérez)
Los procesos políticos y económicos nacionales, regionales y provinciales que se iniciaron desde mediados de la década del 70 y se consolidaron en los 90 modificaron las condiciones en que el sector rural de Formosa se había poblado.
Desde las décadas del 30 y 40 del siglo pasado, el campo formoseño se pobló de unidades domésticas de pequeños y medianos agricultores. El Km. 142, Departamento Pirané, al igual que otros espacios geográficos de Formosa, se había formado de esa manera. El cultivo del algodón, vinculado a la industria textil nacional, constituía la base de la subsistencia de sus habitantes.
Pero cuando esta actividad empezó su declinación, la migración hacia otros puntos del país se presentó como el único camino viable. ‘La movilidad por el territorio es una de las estrategias que disponen los individuos y hogares para mantener o mejorar su nivel de bienestar socioeconómico’ (Busso, 2006: 8).
Para Doña Alicia M. Aguilar, pobladora del Km. 142, esta cuestión está más que clara, y al preguntársele sobre las razones por las que sus hijos se fueron de la Colonia, responde:
- “Y pasó que ellos ya querían tener sus cosas, y que ya la agricultura no daba más (…) no querían trabajar en la chacra porque ya se cansaron (…), porque uno siembra el algodón, o mejor dicho rompían ropa… pero te pagaban poco el algodón (…), y se tienen que ir, tienen que dejar, ellos tienen que buscar también su futuro, y buscarse afuera, porque acá no va conseguir (…) Yo me sentiría feliz si estaban todos mis hijos acá cerca, pero están todos lejos, porque acá en Formosa no hay producción…” (Entrevista realizada el 08/05/2015)
- ¿Cuántos hijos tiene?
- “Diez hijos, pero acá tengo dos nomás ya, uno que está en la primaria. Mi hija la más grande está por cumplir 37 años, ella está en Formosa. Después los otros siete están todos en Córdoba, trabajando en los tambos lecheros”.
- ¿Y desde qué año que se empezaron a ir sus hijos?
- “Y ponele que la más grande se fue a Formosa hace veinte años, más o menos (…) no me acuerdo bien, los otros empezaron a irse de a poco hace unos diez años.”
Cresencio Quintana, también con diez hijos, afirma que “…llegó una época que ya no se aguataba con lo que veníamos haciendo, o se con el algodón, no alcanzaba ni para comer, ni pagar cuenta, era trabajo sin sentido digamos, no se estaba bien. Otro que no teníamos capital para aguantar nosotros, si poquito era lo que trabajábamos (…) a veces cinco o diez hectáreas. Y bueno… los seis varones se tuvieron que ir, a Córdoba fueron (…) no es que querían ir pero acá no se aguantaba más, a veces ni para pagar toda la cuenta alcanzaba lo que sacábamos gua’u[1]…”
En idéntico sentido se expresa Don Pablo Romero: “…mis hijos se fueron porque acá pasaban necesidades…” (Entrevista realizada el 08/05/2015); y también doña Porfiria Ruiz, quien afirma que su hijo “…Cristian (de 20 años) salió de su colonia –en 2010- a buscar trabajo porque acá no hay, no hay trabajo para los jóvenes (…), o si hay le pagan moneda, y ellos quieren vestirse bien, estar en la onda como ellos dicen (…) se fue a Córdoba…” (Entrevista realizada el 21/05/15). También los hermanos de Doña Porfiria emigraron de la colonia en la década de los 90 y principios de la del 2000.
Marcos R. Lugo, por su parte, afirma que el marido de su hermana Graciela, “…fue (a Huanchilla, Córdoba), porque acá no encontraban rumbo; al tiempo cuando ‘acomodó sus calchas’[2] vino a llevarle a mi hermana, y se fueron a un tambo; y mínimamente por algún tiempo superaron la situación de la que dispararon –huyeron-, pero ahora los hijos terminaron la primaria y para seguir con el secundario tuvieron que ir pueblo a alquilar, pero mi cuñado se tiene que quedar. O sea una nueva mudanza; otra vez se interrumpen los lazos familiares (Entrevista realizada el 16/04/15).
Según estos testimonios, quienes emigraron lo hicieron agobiados por necesidades concretas, por falta de trabajo en su comunidad, y no por haber evaluado, desde una racionalidad maximizadora, los diferenciales salariales de los ámbitos de destino.
En la interpretación de la economía neoclásica, se entendía la migración como una inversión en capital humano, según la cual las personas al decidir emigrar analizan racionalmente los costos de alojamiento, transporte, tiempo de traslado, adaptación al nuevo lugar de residencia y los retornos en términos salariales.
Otra postura afirma que las fuerzas de expulsión en el lugar de origen limitan las posibilidades de una elección racional e informada del destino, por lo que los emigrantes no siempre van adonde quieren, sino adonde pueden.
En resumen, la exposición a riesgos, las dificultades de reposición de activos económicos, la imposibilidad de diversificar la producción, la descapitalización y la inexistencia de una estructura local de oportunidades capaz de brindar alternativas laborales, constituyen la base de la vulnerabilidad social de estas unidades domésticas. La migración de algunos sus miembros –en general, de los más jóvenes- es una estrategia para intentar acceder al bienestar que el contexto local les negaba.
Paro también para los integrantes no migrantes, esta estrategia resultó clave, ya que los emigrados mediante sus envíos contribuyen al sostenimiento de sus familias de origen.
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