Los procesos de pérdida de activos físicos, como resultado de los procesos económicos y políticos de fines del siglo pasado y primeras décadas del presente siglo, también tuvieron repercusiones de naturaleza cultural en las comunidades pequeñas del interior formoseño, ya que implicaron desvalorización de capital social.
El monocultivo algodonero fue desde las décadas del 30 y 40 del siglo
pasado, la principal producción primaria de las provincias de Formosa y Chaco.
En torno a esta actividad existía un importante flujo de personas que migraban
de manera estacional en las temporadas de carpida y de cosecha. Así surgieron muchos
pueblos que se nutrieron y progresaron al compás del crecimiento de del mismo de
la actividad.
Hacia fines del siglo XX y principios del siglo actual, con la crisis de la industria nacional, el cultivo algodonero también perdió dinamismo. En ese sentido han resultado enriquecedores los testimonios de algunos vecinos del Km. 142, jurisdicción de Mayor Villafañe, Formosa. Las entrevistas fueron realizadas en 2015, en el marco de una investigación para la elaboración de mi Tesis de Maestría en Desarrollo y Gestión Territorial.
- Entrevistador: ¿qué significó para el 142 la desaparición del cultivo algodonero?
- Entrevistado: Marcos Lugo: “…con la muerte del algodón se fueron otras cosas también…”
- Entrevistador: ¿Podría explicar mejor?
- Entrevistado: Marcos Lugo: “A lo que voy es que la solidaridad entre vecinos en tiempo de cosecha cosechábamos todo en la chacra de uno y pasábamos a la de otro, como para ganar tiempo, para aprovechar la fuerza que da la unión (…); hay un dicho en guaraní: jeko pyty[1], que da a entender: ‘recostarse, apoyarse y de alguna manera descansar, aliviar la carga; la idea es que al apoyarme en un vecino me canso menos y él también se puede contar conmigo para que le ayude en algún trabajo como la cosecha o carpida. Pero con la crisis eso se fue perdiendo, no me imagino hoy que podría pasar si volviera a reactivarse la producción algodonera como en ese entonces; hay una una generación completa que no vivió eso…”
Recostarse o apoyarse en el vecino no implicaba delegar tareas propias en un tercero, demandaba estar igualmente dispuesto a que el vecino pueda apoyarse en uno. Se trataba de una relación de reciprocidad, que aunque aparentaba ser sólida nunca llegó a institucionalizarse, “…las cooperativas no funcionaron nunca acá, tal vez porque la gente no creía que ayuda mutua necesitaba de una burocracia…”, sostiene nuestro entrevistado.
La situación de muchas unidades domésticas del Km. 142, en estos últimos años, presenta evidencias irrefutables de que se vive una etapa de transición desde una sociedad de productores a una sociedad de consumidores, en los términos del economista uruguayo Carlos De Mattos (2014: 2). En nuestras visitas al terreno, pudimos observar por doquier herramientas[2] abandonadas y predios ganados por la maleza.
- Entrevistador: ¿cómo está hoy la realidad producción en esta colonia?
- Entrevistado: Cresencio Romero: “Hay gente que dejó de sembrar (…), se cansaron de trabajar para los intermediarios; y también porque tienen dos o tres pensiones de discapacitado en su casa…”
Para nuestro interlocutor, en el Km. 142 el trabajo ha perdido no sólo su valor en el mercado local, por la crisis de la actividad económica más importante que tuvo la colonia, sino que también se ha desvalorizado moralmente, como consecuencia de una práctica político-clientelar muy extendida en los últimos años que consiste en el otorgamiento, sin razón alguna, de pensiones no contributivas por discapacidad fingida, a cambio de apoyo político a los funcionarios de turno.
Las temporadas de cosecha (entre fines de febrero y principios de mayo, por lo general) y de carpida (noviembre y diciembre) del algodón movilizaban el circuito económico local expandiendo las estructuras de oportunidad.
- Entrevistador: ¿Cómo era la época de cosecha?
- Entrevistado: Cresencio Quintana: “…muy lindo, cualquier mitaí (del guaraní: niño) tenía plata (…) y los mayores juntábamos uno pesos y nos íbamos a Villafañe o El Colorado a comprar mercadería que no se va fundir (yerba, azúcar, sal, aceite, fideo y eso…), para llegar más o menos hasta el tiempo de carpida (…) y también comprábamos herramientas o chapa o ladrillo (…) ahora a medida que no se siembra más nada también la gente ya no quiere trabajar más, se rebusca por los político nomás…”, recuerda con tono de reproche Cresencio Quintana (entrevista realizada el 29 de mayo de 2015)
Otro vecino, coincide en este último punto, y lamenta que muchos jóvenes de hoy no quieran trabajar por culpa que “…hay esos suelditos (…), hoy día casi nadie quiere trabajar…” (entrevista realizada el 29 de abril de 2015).
- Entrevistador: Cuando usted dice que ‘ahora hay esos suelditos’, ¿a qué se refiere?
- Entrevistado: Cresencio Romero: - “Ponele que te vas al correo, a Villafañe, los días de cobro, seguro vas a ver ahí muchachos que tienen sueldo; y no digamos que están muy enfermos, no les falta una mano, están más sanos que yo…” (Cresencio Romero, entrevistado el 29 de abril de 2015).
Aparte de impugnar, moralmente, el comportamiento de muchas personas que “prefieren fingir una discapacidad en vez de esforzarse” estos testimonios dan cuenta de la incapacidad del Estado en sus distintos niveles (nacional, provincial y municipal) para traducir el crecimiento económico en un verdadero proceso de desarrollo local, con inclusión social, mediante la creación de puestos genuinos de trabajo.
[1] Según un diccionario traductor online la expresión original es: pytyvö, mbojeko y significa apoyar. https://www.ipparaguay.com.py/traductor-guarani/. Sobre la fonética guaraní pueden consultar
[2] Arados de mansera, rastras de dientes y de discos, cultivadoras, sembradoras, etc.
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